El gigante del entretenimiento familiar es el más reciente blanco de la derecha estadounidense, que promueve una campaña en su contra por las críticas de la compañía a la ley “Don´t Say Gay”.
Desde su fundación en 1923, The Walt Disney Co. ha destacado en Hollywood por una razón fundamental: al menos en teoría, sus películas, programas de televisión y parques temáticos para toda la familia siempre han estado pensados para todos, y han evitado con destreza caer en posibles trampas políticas y culturales.
La marca Disney gira en torno a pedir deseos a las estrellas, encontrar el amor verdadero y vivir felices para siempre. En caso de que los castillos de cuentos de hadas sean demasiado sutiles, los parques temáticos de Disney prometen sin reparos un escape de la realidad con letreros que rezan: “Aquí dejas el presente atrás y entras al mundo del ayer, el mañana y la fantasía”.
Sin embargo, en últimas fechas, la fealdad del mundo real se ha filtrado en el Reino Mágico. En esta época hiperpartidista que atraviesa Estados Unidos, ambos bandos de la división política han atacado a Disney, lo cual pone en peligro una de las marcas más conocidas del mundo —una que para muchos simboliza el propio Estados Unidos— mientras intenta navegar por una industria del entretenimiento que cambia con suma rapidez.
En algunos casos, Disney se ha inmiscuido en asuntos culturales por voluntad propia. El verano pasado, en una medida celebrada por los progresistas y criticada por la extrema derecha, Disney decidió reconocer la neutralidad de género en los anuncios que se emiten en los altavoces de sus parques temáticos, por lo que remplazó “damas y caballeros, niños y niñas” por “soñadores de todas las edades”. Pero el gigante del entretenimiento también ha terminado implicado en mayores problemas, como la reciente polémica relacionada con su postura ante una flamante ley del estado de Florida que, entre otras cosas, restringe la enseñanza de orientación sexual e identidad de género en las aulas escolares hasta el tercer grado y ha sido bautizada “Don’t Say Gay” (no digas gay) por sus detractores.
En un inicio, Disney intentó mantenerse al margen con respecto a la legislación, al menos en público, lo cual suscitó una revuelta de parte de sus empleados. Después, Disney denunció el proyecto de ley con agresividad —lo cual la puso en la mira de los presentadores de Fox News y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien envió un correo electrónico de recaudación de fondos a sus partidarios que declaraba que Disney había “perdido toda autoridad moral para decirles qué hacer”. Los legisladores de Florida empezaron a amenazar con revocar una ley de 55 años de antigüedad que, en esencia, le concede a Walt Disney World la facultad de fungir como su propio gobierno municipal. (Disney ya había entrado en conflicto con el gobernador por cuestiones de la pandemia, como la vacunación obligatoria para los empleados).
En su intento de no ofender a nadie, al parecer, Disney perdió a todo el mundo.
“La misión de la marca Disney siempre ha sido muy clara: no hacer nada que afecte o confunda al público familiar”, declaró Martin Kaplan, profesor de entretenimiento, medios y sociedad en el Centro Norman Lear de la Universidad del Sur de California y exejecutivo de Walt Disney Studios. “Diversión para todos. Nada reprochable. Todos vamos a dejarnos transformar por la varita mágica. Pero hoy en día estamos tan divididos, tan enardecidos, que hasta a Disney le cuesta trabajo unirnos”.
Por supuesto, la acción misma de eludir temas divisivos para la sociedad refleja cierta cosmovisión. Después de todo, el fundador homónimo de The Walt Disney Co. era un conservador antisindical. El patriotismo es un aspecto destacado de los parques temáticos de Disney. La historia tradicional de Navidad se cuenta todos los años en diciembre en Disney World, Florida y Disneyland, California, con procesiones a la luz de las velas, versículos bíblicos y demás.
No fue sino hasta 2009 que la empresa presentó a una princesa negra.
No obstante, en los últimos años, se ha visto un cambio evidente. Robert Iger, que ocupó la dirección ejecutiva de 2005 a 2020, impulsó a la compañía de entretenimiento más grande del mundo para que enfatizara narrativas y elencos diversos. Como declaró en la reunión de accionistas de Disney en 2017, en referencia a la inclusión y la igualdad: “Podemos tomar esos valores, que consideramos importantes para nuestra sociedad, y cambiar el comportamiento de la gente, lograr que las personas acepten las múltiples diferencias, culturas, razas y todas las otras facetas de nuestra vida y nuestra gente”.
En esencia, usar el entretenimiento como activismo.
Iger fue quien promovió el éxito taquillero a nivel mundial Pantera Negra, que contó con un reparto conformado en su mayoría por actores negros y una poderosa trama afrocéntrica. Durante su periodo como director ejecutivo, Disney reorientó la franquicia de “La guerra de las galaxias” en torno a personajes femeninos. Una serie de películas animadas (Moana, Coco, Raya y el último dragón, Soul, Encanto) sirvieron de escaparate para una amplia variedad de razas, culturas y grupos étnicos.
El resultado, en gran medida, ha sido un éxito tras otro. Pero una porción del público de Disney se ha mostrado reacio.
Eternals, una producción de Disney-Marvel de 200 millones de dólares, fue blanco de un “bombardeo de reseñas” negativas en el otoño por retratar a un superhéroe gay besando a su esposo. Los troles de internet inundaron el sitio de Internet Movie Database con cientos de reseñas homofóbicas de una sola estrella. En enero, el actor Peter Dinklage y otros acusaron a Disney de reforzar estereotipos dañinos al autorizar una versión de acción en vivo de “Blancanieves”, hasta que se reveló que la empresa planeaba remplazar a los siete enanos con “criaturas mágicas” generadas por computadora, lo cual, a su vez, suscitó quejas de otros por “suprimir” a las personas con enanismo.
Los ejecutivos de Disney suelen desestimar este tipo de incidentes como tormentas en vasos de agua: lo que hoy es tendencia, mañana será sustituido por una nueva queja. Pero incluso las tormentas moderadas en línea pueden ser una distracción dentro de la empresa. Se agendan reuniones para determinar si la compañía debe responder y cómo; se deben tomar medidas para tranquilizar los temores de los talentos asociados.
En 2019, cuando Disney se preparaba para lanzar su servicio de streaming, emprendió una revisión exhaustiva de su catálogo cinematográfico. Como parte de esta iniciativa, llamada 'Stories Matter' (las historias importan), Disney agregó descargos de responsabilidad al contenido que la empresa consideraba que incluía “representaciones negativas o maltrato de personas o culturas”. Algunos ejemplos de esto son episodios de “El show de los Muppets” de la década de los setenta y la versión de 1941 de Dumbo.
“Estos estereotipos eran nocivos en aquel entonces y aún lo son en la actualidad”, rezan los descargos de responsabilidad.
En privado, el equipo de 'Stories Matter' marcó otros personajes como posiblemente problemáticos y les hizo llegar sus hallazgos a los altos directivos de Disney, según dos ejecutivos actuales de Disney, que hablaron con la condición de conservar su anonimato para revelar información confidencial.
Al menos a algunas personas dentro de Disney les preocupa que estas sensibilidades lleguen demasiado lejos. A uno de los ejecutivos le inquieta que ver creaciones artísticas a través de un “filtro de corrección política” pueda mermar la creatividad.
Disney se negó a ofrecer comentarios para este artículo.
Todo esto llega en una época peligrosa para Disney, que se moviliza a todo galope para reinventarse como titan del streaming conforme gigantes tecnológicos como Amazon y Apple se adentran más y más en el negocio del entretenimiento y las cadenas tradicionales de televisión como ESPN, que es propiedad de Disney, se debilitan poco a poco. Disney también está sobrellevando una disruptiva transición de poder, ya que Iger dejará la dirección ejecutiva en diciembre.
Como director ejecutivo, Iger habló en público de vez en cuando sobre temas políticos controvertidos. Su sucesor, Bob Chapek, decidió (con el respaldo de la junta directiva de Disney) abstenerse de opinar sobre batallas políticas estatales. Sin embargo, los lobbystas de Disney continuarán su labor tras bambalinas, como lo hicieron con la legislación de Florida.
“Nuestras historias diversas son nuestras declaraciones corporativas —y son más poderosas que cualquier tuit o esfuerzo de lobby”, escribió Chapek en un correo electrónico dirigido a los empleados de Disney el 7 de marzo. “Estoy convencido de que nuestra capacidad de contar estas historias —y de lograr que se reciban con ojos, oídos y corazones abiertos— se vería afectada si nuestra empresa se convirtiera en un argumento político en cualquier debate”.
En el caso de Florida, esta estrategia resultó contraproducente, primero con las protestas y el paro de parte del personal y luego con la reacción negativa de la derecha. El presentador de Fox News Tucker Carlson comentó que Disney promovía “una agenda sexual para niños de 6 años” y que era “de verdad estremecedor”. Los tuits con la etiqueta #boycottDisney acumularon millones de impresiones entre el 28 de marzo y el 3 de abril, según ListenFirst, una firma de analítica.
Desde hace tiempo, los ejecutivos de Disney han sostenido la postura de que los boicots tienen un impacto mínimo en los negocios de la empresa, si acaso lo tienen. Disney es un coloso de tal alcance (genera alrededor de 70.000 millones de dólares en ingresos anuales) que es casi imposible eludir sus productos.
No obstante, el mismo alcance descomunal que dificulta el boicoteo contra Disney también la vuelve una parte cada vez más visible de los debates culturales en el país. No pasa ni un mes sin que surja una nueva denuncia, por lo general relacionada con la identidad sexual y el género.
En marzo, cuando Disney celebró su reunión de accionistas más reciente, accionistas tanto de izquierda como de derecha pusieron a Chapek en apuros.
Una persona criticó a Disney por realizar contribuciones a legisladores que promovían proyectos de ley que restringían los derechos reproductivos y electorales. Chapek afirmó que Disney destinaba fondos a “ambos lados del pasillo” y que revaluaría sus políticas sobre donativos. (Más tarde, suspendió todas las contribuciones de la empresa en Florida). Luego, otro representante de un grupo activista de accionistas tomó la palabra para señalar que “desde su fundación, Disney siempre ha representado un refugio seguro para los niños”, antes de proceder a hacer comentarios homofóbicos y transfóbicos, y pedirle a Chapek que se deshiciera “de la politización y la ideología de género”.
Como respuesta, Chapek señaló las inquietudes contrastantes de los accionistas. “Creo que todos los participantes en la llamada de hoy pueden ver lo difícil que es tratar de zanjar la brecha de la extrema polarización entre los puntos de vista políticos”, destacó.
“Lo que queremos es que Disney sea un lugar donde la gente pueda unificarse”, continuó. “Yo opino que, cuando las personas atraviesan las puertas de nuestros parques, dejan de lado sus diferencias y notan las creencias que comparten, una creencia compartida en la magia de Disney, en la esperanza, los sueños y la imaginación”.