Ofrecemos el texto de la periodista Faitha Nahmens Larrazábal elaborado para el cine foro de la película "El escándalo / Bombshell", realizado el día 16 de junio 2022, como parte del ciclo "Romper el Techo de Cristal", organizado por el ILDIS y Circuito Gran Cine.
Dominar, es decir, someter, es decir dar por sentado que les es propio el protagonismo no ha sido siempre un papel exclusivo de los hombres, pero casi. Los hombres, de cuya costilla no venimos, aunque podríamos negociar mutuamente, según el caso, la donación de un riñón, han interpretado en absoluta mayoría, desde tiempos ancestrales y en casi todas las sociedades, ese papel Alfa acaso basado en la llamada fuerza bruta que miden en su contra las estadísticas de coitos indeseados, ojos morados no por maquillaje y cuerpos femeninos inermes. Avasallamiento atávico instaurado desde los tiempos de los colmillos y las garras por uñas que, según añaden algunas voces masculinas, habría sido un mecanismo de la Naturaleza ¡para perpetuar la especie! la insistencia brutal del macho, pues ¡pobló al mundo!
Pero supongo que va quedando claro para todos, sin excepción, que se puede compartir además de riñones la fuerza inteligente que nos es común, aunque la Historia dé cuenta de lo difícil que ha sido y es desandar el tan popular camino de lo obvio. El andado por Trucutú, garrote en mano, antepasado de barba y largos cabellos que ha sido otro fantasma que recorre el mundo, de forma globalizada y en apariencia exitosa, haciendo buuu en todos los rincones de la Tierra y simplificando o, más bien, comprimiendo la vida: aquí hay una sola voz de mando y ya, con lo que se despacha la enriquecedora posibilidad del debate. Y se atenta contra la democracia. Liderazgo y creatividad es otra cosa, sin duda más interesante: se crea equipo, no bandos, y consensos, no rupturas. Organizarnos desde la inserción, con un él o una ella a la cabeza, en un proyecto en áreas diversas —la sociedad, la familia, el amor— y sin distingos es lo que todos queremos. ¿Cómo no?
Pero convengamos en que sí hay cambios. Tenemos noticias de que la aceptación de las diferencias felices de unas y otros, comprendiendo que no son hándicap o evaluación negativa, está dándose de manera lenta pero sostenida, señoras y señores. Aunque tenemos instinto y hormonas y una parte del cerebro se asemeja a la del reptil, y algunas mentalidades hacen empatía con la de un dinosario, la de un depredador —o dador de depre— ese órgano que empaca el mismo material de los intestinos parece mejorar, crecer, desarrollarse cabezas adentro y aunque actuamos como terrícolas poco amorosos, por ejemplo, con el ambiente, porque desconocer o ignorar lo que nos rodea es una forma de desamor, hablo de árboles, y porque seguimos talándolos y haciendo de ellos leña —aunque urge parar los crímenes ecológicos que en realidad son contra nosotros mismos—, sí avanzamos. Y ahora mismo en estos momentos de transición, mezcla de desorientación y desesperanza, tienen lugar expresiones de cordura que dan fe en la humanidad. Vemos asombrosas conquistas: así como los suecos aumentan la expectativa de vida a 104 años, un movimiento corajudo que viene en auge desde el siglo pasado, a lo mejor desde siempre, acelera sus victorias. El de las mujeres que exigen voz y voto: este ya lo hemos conseguido.
El movimiento que precisamente ha conquistado la posibilidad de ejercer el sufragio a las mujeres, en Venezuela por cierto antes que en Suiza, pero también en Suiza, ha intensificado la discusión sobre los derechos y deberes de los ciudadanos que somos con mucha intensidad sobre todo desde el siglo pasado. Desde entonces se ha producido esta suerte de reacción en cadena. Una toma de conciencia sobre los deberes y derechos que nos hacen fraternos e iguales ante la ley —otra cosa es frente al espejo de la alcoba— que ha devenido punto de inflexión del que ya no hay vuelta atrás; ciertamente en algunos puntos del planeta más que en otros, pero sin duda es un discurso que ha alcanzado eco total. La idea es que podemos lograr convivir sin estropearnos o subordinarnos unos y otras. Hay enfermedades, desquiciamientos y creencias infundadas que construyen un abismo en el atractivo vínculo. Hay ablación, por dios. Pero las legislaciones comienzan a darle resonancia a la narrativa igualitaria y de equidad que nos educa a unas para entender nuestras capacidades y posibilidades, y aceptar nuestros desafíos y maravillas, y a otros a entender las suyas, y a todos a congeniar en este proceso de reconstrucción sin estereotipos de los axiomas, de actitudes desprejuiciadas. Se trata de nuevas formas de estar y relacionarnos.
Así como el racismo es una aberración que consigue el cuestionamiento cada vez más consensuado, la causa de la igualdad de derechos de las mujeres conquista también espacios. Se revisa todo desde cómo seducir y quién, hasta si el reposo postnatal debería involucrar a toda la familia. Pero mientras se dilucidan estas interrogantes, porque el miedo está allí atento, y la vivencia que hace escamas pero no sirenas nos cubre la piel herida, nos proponemos a exigirnos no solo abnegación sino actuación; que el protagonismo venga de las ganas y no medien las curvas como canje. ¿Cómo que sin tetas no hay paraíso? Que un mandamás no exija condiciones para mi ascenso convirtiéndose él en peaje sexual como ocurre en tantos sitios en tantos lados; como ocurrió en la empresa massmediática FOX, y así lo recrea la película El escándalo. Esto lastima a la mujer, claro, y al hombre que al intentar conseguir favores no por sí mismo sino por los galones que le da un status lo deja muy mal parado. Lo que sin duda es vergonzoso, trágico, hostil. ¿Se trata de sexualidad o de vil violencia? ¿Por qué? ¿Y cómo pararlo?
El escándalo, basada en hechos reales, revisa una conducta perversa, calculada y ejercida de manera sistemática. Abisma lo largo y lo seguido de un procedimiento en el que hay cómplices y, en el edificio sede, ascensores laterales para encubrir la fechoría. Una esposa que no quiere ver o mejor dicho teme al desengaño, algo que también nos ocurre a todos en distintas circunstancias. Una miembro del equipo periodístico de la televisora que dice es que somos mujeres, ellos siempre nos desean, ajá, pero esto no es deseo, es compulsivo maltrato. Y claro, el entramado y sus circunstancias de pantalones que por fin en esa empresa tan conservadora sustituyen a la falda, porque se supone que la falda visibiliza los encantos de la hembra y el macho sería incontenible. O porque nos cosifica, nos hace objeto ¿será? Objeto de deseo. O porque el pantalón, prenda masculina según las convenciones de la moda, es sinónimo de poder (¿quién lleva los pantalones?) aunque debería ser un derecho 'sine qua non' usar las prendas que mejor se adecúen a nuestros gustos, si sobrias o llamativas, pero no las de los caballeros pretendiendo que así me igualo ¿Cómo podría? ¿Y los escoceses?
La trama nos cuenta de la tentación: el tener un eventual ascenso es una, y el afán de mantener el trabajo en una corporación a la que has llegado, por fin, y ha sido tan difícil enrolarse. Tal sería la grieta por donde se filtran el abusador y su pésima masculinidad. El escándalo es la historia de un puñado de mujeres que dicen basta y se deciden a dar la lucha, primero en solitario, luego unidas, y a correr el riesgo que implica. Hacen el trabajo y vencen. Con apoyos que consiguen en el camino —valen gentiles maridos— sientan un precedente. Y dejan al descubierto al baboso cobarde y su forma arcaica de pensar. Al hombre intocable que toquetea y representa a plenitud ciertas formas de abusar desde el poder. El adalid de la conocida mundialmente operación colchón cuyos tentáculos exporta a la política. ¿No la ha habido aquí?
Una de las protagonistas se hace la pregunta cuando termina la cinta ¿esto me marcará para siempre, por qué lo hice? dejando arrinconada su feminidad que coloca en contraluz no sin cierta duda sobre cuánto tuvo de culpa, ay. Acongojada antes ha soltado en una llamada telefónica: ¿Sabes que me lo hizo sin siquiera bajarse los pantalones? llora la humillación y con la imagen que evoca "El otoño del patriarca", cuando el Gómez de García Márquez hace lo mismo con las jovencitas tras las puertas en una forma incivil y militarota, valga la redundancia, demuestra que para él la sexualidad no es un intercambio de dos sino la necesidad de desfogarse en un sumidero. Dentro de alguien tras las puertas. Realidad y ficción, un dictador del siglo XIX y un directivo de la industria del entretenimiento ¡son parecidos!
Esta producción que incluye actrices comprometidas dentro y fuera de los guiones con sus creencias reivindicativas nos lleva de la mano por los derroteros oscuros del poder y de la caducidad del andamiaje. También hace foco en el sistema y las lastimadas libertades humanas. Pone al contraluz el entramado de una sociedad que muestra sin ambages sus contradicciones y busca sin rendirse la salida. Y es también el registro de un triunfo de la democracia que hace de marco y contención. Que tiene la condición de ser autolimpiante. De revisarse porque no es dogmática. De contener la diversidad y todos los matices, incluyendo la oscuridad, y zafarse no siempre a tiempo de los puñales que la asfixian. La democracia siempre tan preferible y tan poco arrogante, aunque rasguñada, queda aquí a salvo.
El escándalo se mete en honduras… y uno podría decir, aprovechando el juego de palabras que sería difícil hacerlo en la Nicaragua de Zoila América, cuyas denuncias de abuso no prosperaron porque indiciaban a su padrastro, Daniel Ortega, el presidente. Pero las Malala, las que buscan resolver sin ánimo de que los cambios se reduzcan de nuevo a la fórmula binaria de o tú o yo y a favor de que sean, más bien, de tú y yo, o de ambos, las que denuncian, las que defienden el nombre de hacedoras desdeñadas por ser damas, léase Marie Curie o Teresa Carreño, las que vemos una peli al aire libre proyectada bajo las estrellas del cielo caraqueño por el circuito Gran Cine en la Asociación Venezolana de Mujeres —una casa asombrosa fundada en 1936— aplaudimos tanto esta iniciativa como la pieza cinematográfica que uno lamenta que no sea ficción, y a la vez celebra que no lo sea porque el final de alguna manera es feliz. Se rompe el techo de cristal.