Dirigido a jóvenes bachilleres (13-18 años), Fábrica de Cine es un programa de capacitación gratuito que promueve el uso del séptimo arte como herramienta para indagar la importancia de los derechos humanos. Recientemente, el taller culminó su segunda edición y sus egresados le cuentan a El Estímulo su vertiginoso crecimiento durante un recorrido de siete meses, que los expuso a la ardua tarea de filmar un documental en Venezuela
Sentadas en una mesa ovalada Mariana (16), Estefanía (17), Lucía (15) y Yessika (15) discuten sus impresiones sobre el mundo del cine. No tienen miedo a decir lo que piensan. Ni la presencia de una grabadora ni el lente de una cámara pueden intimidar a estas adolescentes, que se permiten tocar temas espinosos. La igualdad de género, la libertad de expresión y la precaria situación de la salud en Venezuela son solo algunos de los tópicos. Da gusto escucharlas hablar.
“En el cine, las mujeres tendríamos personajes más sinceros y reales, si hubiesen más guionistas o más directoras mujeres”, suelta Mariana, y su análisis es seguido por una sarta de comentarios de sus compañeras.
Hace unos meses las cuatro sabían muy poco de cine (algunas nunca habían agarrado una cámara); hoy hablan ello no solo con propiedad sino con convicción. Apuntarse en la segunda etapa de Fábrica de Cine fue “la mejor decisión” que pudieron tomar, a pesar de que ello significara sacrificar durante seis meses sus sábados.
Con sus respectivos equipos de trabajo, cada una de ellas fue responsable de la realización de un documental corto, que debía desarrollar y registrar la violación de un derecho humano. Esta asignación las llevó a las calles a encarar, como acreditadas profesionales audiovisuales, las distintas realidades del país.
Mariana Pietrini, productora de “Si yo tuviese un súper poder”
Si yo tuviera un súper poder es un documental (de aproximadamente 7 minutos) que habla del cercenamiento de la libertad de expresión, pero enfocado de una manera atípica: la incapacidad de los niños de expresarse libremente sin ser silenciados por los adultos.
“Siempre pasa que cuando un niño habla, los adultos los mandan a callar porque ´eres chiquito y no puedes opinar sobre esto‘, pero yo creo que eso es muy injusto (…) Si la gente escuchara más un pensamiento inocente y no tan lleno de desesperanza, las cosas se resolverían mucho más fácil”, plantea Mariana, quien fue la encargada de producir la película.
A sus 16 años, ser productora se convierte en un verdadero ejercicio de paciencia porque, cuenta, lo más difícil era “hacer que la gente tuviera puntualidad” y recuerda con amargura un retraso durante una de las pautas durante el rodaje. “Yo sé que es algo del venezolano, uno llega tarde (…) pero es una falta de respeto con el equipo, con los entrevistados y hasta uno mismo”, comenta empapada de la rigurosidad y planificación que caracteriza a los grandes productores.
Mariana estudia en un Colegio Fe y Alegría y acaba de pasar a 5to año de bachillerato, antes planeaba estudiar idiomas, y aunque siempre le ha llamado la atención el cine, tras su experiencia cinematográfica, no le queda duda de que incursionará en el campo audiovisual.
Yessika Leal, directora de “¡Censura, cámara y acción!”
Yessika también aborda la libertad de expresión en su trabajo, pero en este caso indaga la relación del ciudadano con el poder del Estado.
“Queríamos saber qué era lo que ellos decían a las espaldas (del gobierno). Fue algo complicado llegar y preguntarles ‘¿Creen que existe libertad de expresión en Venezuela?’ y esas personas no saben qué responder porque están en un lugar público y hay oficiales. Pero hay quienes sí se atrevieron”, relata la muchacha de 15 años, que fungió como directora del proyecto.
A lo largo del proceso de rodaje, los niños se ven expuestos a situaciones reales como verdaderos camarógrafos (aunque siempre con acompañamiento adulto), que los llevaron a vivir, de primera mano, la hostilidad hacia los reporteros gráficos e incluso a sentir la mirada pesada de los cuerpos militares.
“Estábamos grabando frente a la embajada de Chile y teníamos miedo de que un guardia nos llamara la atención (…) Nos dijo que necesitábamos autorización previa y eso… Gracias a Dios que estábamos con el señor Juan (facilitador) que nos ayudó a sobrellevar la situación”, cuenta.
Pero más allá de la dificultad que supuso hacer coberturas de calle, la responsabilidad de tomar decisiones fue un reto para Yessika. Además de dirigir, debió redactar el guion y el cuestionario. “Tienes que investigar al personaje, y ser cuidadoso porque son preguntas de calle”, explica.
Lucía Ramírez, productora de “Materia pendiente”
A diferencia de los trabajos anteriores, “Materia pendiente” fue uno de los pocos proyectos que apela a la recreación. Esto supuso una logística más cinematográfica y menos periodística, como fue armar un set para una escena de ficción. Lucía recuerda, con gracia, cómo el caos reinó en su proyecto.
“Fue todo improvisado, no dio tiempo para nada”, rememora entre risas, aún sorprendida de cómo constató que los tiempos de producción no son tan amigables.
Inicialmente, el grupo estaba dubitativo sobre qué derecho escoger, y fue tras vivir en carne propia la violación de su derecho a la educación que lograron fijar un tema. “Se me ocurrió porque no teníamos profesor de Biología en el bachillerato”, dice Lucía, encargada de escribir el guion.
“Cuando me eligieron como productora yo no sabía qué rayos era eso, y cuando vi de qué trataba pensé ‘¿en qué me metí?’. Pero, a pesar de todo, no fue tan difícil. Gracias a Dios pude conseguir a los entrevistados y a los extras”, expresa.
A pesar de tantas dificultades en el camino, admite que gracias a esta experiencia en el cine, ahora es “un poco más sociable”.
Stefanía Carmona, productora de “Dosis de realidad”
La mayor de todas, Stefanía, también se encargó de producir su proyecto. No pudo cumplir su sueño de dirigirlo porque perdió un juego de piedra, papel o tijera con sus compañeras.
“El cargo de productora me ayudó mucho a socializar con las personas, hablar con gente que no conocía, conseguir entrevistas… Me costó encontrar a los doctores… Al principio no tenía a nadie, y empecé a ir a las protestas –del sector de salud- y encontrar un gineco-obstetra porque mi cortometraje es sobre la deficiencia en la salud materno-infantil”.
Dosis de realidad se adentra en el descalabro del sistema de salud venezolano y se detiene en el área de maternidad. Stefanía recuerda una entrevista que le hizo a una paciente que tenía tres días con contracciones a la espera por una cesárea. Para ese momento, la mujer todavía debía soportar otro par de días porque “el anestesiólogo solo va los lunes”, cuenta la joven.
“Sin salud no hay vida… No hay nada”, señala impactada.
Sobre el taller
Fábrica de Cine, una iniciativa gratuita, es el programa social del Circuito Gran Cine (especializado en cine de autor, en presentar filmes difíciles de ver en circuitos comerciales), con el apoyo de la alcaldía de Baruta.
El objetivo de este programa es sensibilizar y acercar a los jóvenes a los apremiantes temas de los derechos humanos (DDHH), a la comunicación comunitaria y a la magia y oficio del cine, por supuesto.
La formación incluye un proceso de capacitación en el uso de herramientas audiovisuales “para que los muchachos puedan y sepan documentar hechos de manera correcta”, expone Omar Mesones, coordinador general del proyecto.
“Nosotros trabajamos con dos formatos cinematográficos: el documental y el reportaje. Nos acercamos más al reportaje, aunque todas las técnicas que enseñamos son propias del documental. Los guionistas, facilitadores de dirección y sonido todas son personas de primera línea con experiencia tanto en ficción como en documental. Son reportajes con un aliento a documental importante”, explica Mesones.
Los talleres están dirigidos, por ahora, a todas las comunidades organizadas dentro del eje Trinidad-Baruta-Las Minas (municipio Baruta) en Caracas.
De acuerdo con los números del coordinador, inicialmente contactaron a 10 entidades educativas, donde tuvieron un alcance de aproximadamente 1.090 alumnos. “De esos, 250 dijeron 'yo estoy interesado', de esos 250 se matricularon 86 y de ellos quedaron 17 que fueron los que produjeron los cortos.
El curso empieza en febrero y termina en septiembre, período en el cual los primeros tres meses están dedicados al estudio de la teoría.
“Es en esencia un curso de DDHH y, luego, un curso de cine, y eso lo tienen que tener claro los talleristas”, puntualiza.
Con respecto al financiamiento del proyecto, en el contexto de una crisis económica como la padecida en Venezuela, Mesones explica que “el tema dinero se ha vuelto complicado para todo” y se han visto obligados a buscar ayuda por diferentes vías.
“Tenemos patrocinantes de la empresa privada, tenemos colaboradores dentro de los facilitadores, por lo menos el espacio donde nosotros dictamos los talleres es cedido por la Alcaldía de Baruta. Hay empresas de cine que nos han prestados las luces, las salas de edición (…) No es fácil, pero lo hemos hecho y vamos a arrancar el tercer año“.
Adicionalmente a los cuatro cortos mencionados, se confeccionaron otro par correspondiente a Fábrica de Cine II. Los seis serán proyectados en noviembre (la fecha y lugar próximas a confirmar).