Columna: Día de Cine
Hay un tipo cinematográfico intransferiblemente norteamericano: el perdedor, el "loser". Para una cultura que sabe premiar y premiar muy bien a los ganadores y que postula el triunfo como un valor social supremo, es en el cine donde la antítesis florece, ironía de ironías, con mayor éxito. Tal vez porque los perdedores son siempre, inevitablemente, más interesantes que los vencedores; tal vez porque el cine, el buen cine, claro está, busca siempre un poco más allá de las apariencias. También es cierto que, en general, hay actores para encarnar a los derrotados de la vida: Jack Nicholson, especialmente en sus comienzos, Al Pacino, generalmente, y Robert de Niro las más de las veces, agregándole un aire de petetismo tragicómico a su papel. Y de un tiempo a esta parte, más precisamente desde Río Místico hace ya tres años, Kevin Bacon.Este es un film extremo, porque elige como personaje principal un pedófilo que busca reiniciarse en la vida normal. Esta natural antipatía hacia el protagonista es el lastre inevitable con que carga la película porque en general, los perdedores del cien son condenados económicos, o desechos sociales, pero por primera vez a alguien se le ocurre poner en primer plano la abyecci´´on moral. La directora Nicole Kassell logra extraer una imagen torturada de ese gran actor que demuestra ser Kevin Bacon. Lo hace paseándose por un pueblo innombrado en un invierno crudo, dejando que los hechos, cotidianos, mínimos, casi inexistentes, comiencen a redondear el infierno de alguien que se sabe excluido de por vida. A través de él la película sabe colocarse a la vera del sueño americano. Hay un tono inevitablemente gris e invernal en el que la vida se instala sin progresar. Inteligentemente la directora evita el aspecto más escandaloso, el pasado se instala como una condena sobre la que no hay detalles, apenas las reacciones calladas de algunos amigos y el sordo rechazo de la familia. No hay un juicio moral sobre un personaje que los espectadores rechazan desde el principio, acaso algo de curiosidad y un deliberado intento de mantenerlo lejos, a veces atisbando las imágenes que lo persiguen y su intento -violento- de redimirse.La película, inspirada en una obra teatral, logra sortear con éxito el peligro del excesivo palabreo. No deja de ser un título interesante, suficientemente alejado del adocenado cine que nos inunda por estas fechas y que busca mostrar el lado feo y triste de las cosas. Tal vez su quieta aproximación a un tema tabú, desagradable por su propia naturaleza, conspire contra sí mismo. Lo rescata una actuación mayor de un actor mayor.