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EL UNIVERSAL / Robert Andrés Gómez / Martes 01 de Enero
Kaurismäki
Columna: 35mm
Ver una película es también abrir una ventana a un mundo, si no nuevo, al menos diferente. Sucede una y otra vez. Incluso en las cintas de Hollywood que llegan sin parar a las carteleras y videotiendas locales. Sin embargo, no sólo se descubren espacios. El Central Park de Nueva York o las arenas de playa Venice en Santa Mónica. Se descubren objetos, ropajes, la luz; se descubren rostros, modos, voces, sonidos. En El hombre sin pasado se descubre -y redescubre- aún más. Hay allí un director poco frecuente, aunque no del todo desconocido en nuestras carteleras: Aki Kaurismäki. 48 años, finlandés, 26 largometrajes. El hombre sin pasado es el más célebre de todos. Premio Especial del jurado en Cannes (2002), por decir lo menos; y una película maravillosa, por decir lo más Kaurismäki teatraliza y borda hasta el límite del absurdo el drama de un hombre sin memoria. Teje su propia comedia humana, desde el escenario de un vestidor, donde se descorre la cortina para dejar salir a un hombre nuevo, que lejos de sufrir, se entrega con optimismo a esta suerte de segunda oportunidad que le presenta la vida. Golpeando brutalmente tras su llegada a Helsinky, M (Markku Peltola) cae en un coma temporal. Poco después es dado por muerto, para minutos más tarde, levantarse de su lecho, con el rostro vendado y caminar torpemente hasta volver a caer. Así, M queda a merced de extraños, benévolos extraños que le darán la bienvenida a su mundo. Sin pontificar sobre ello, Kaurismäki hace un fresco retrato de solidaridad. M encuentra un hogar, amigos, ropas e incluso trabajo entre completos desconocidos: mientras el Estado le ofrece una pared burocrática para reinsertarse. M no tiene nombre, y aunque necesario para ir más rápido, no parece inquietarle, en realidad no e lo que importa. Acepta su nuevo destino con entereza. Para él no es un trauma. Fantasea con sus posibilidades, las del pasado y las del presente. Hay un nuevo amor en puertas, nuevas responsabilidades, incluso una mascota. La dignidad de M es adorable. No hay sombras en su vida, ni siquiera en su desmemoria. Kati Outinen -premio a la Mejor Actriz en Cannes-, le alienta, mientras ella misma no alcanza a salir de su inercia. Al final, todos aprenden más de M, quien los remueve. Kaurismäki lo cuenta sin prisas, con breves diálogos cargados de belleza, absurdo y en consecuencia un humor brillante, profundo, redescubriendo así, un mundo nuevo, el suyo.