El filme del italiano Michele Placido recrea la breve pero intensa relación que unió, a principios del siglo pasado, a la escritora Sibilla Aleramo y el poeta Dino Campana. Una pareja que pasó de compartir la ternura a protagonizar su auto-destrucción Cuando en estos tiempos se escribe la palabra amor, se tiene la sensación de que las cuatro letras que han quedado impresas sobre el papel están vacías de toda significación; que, al parecer, han perdido el valor que adquieren cuando son colocadas en un orden entendible en el idioma español. Pero no se trata simplemente de gramática o de lingüística, sino de un estado del alma, que al ser mencionado por aquellos que experimentan ahora algún tipo de sentimiento amoroso, sale al exterior minimizado, disminuido, como si careciera de importancia ante temas más urgentes como la sobrevivencia material. Esto, a pesar de que amores como los que vivieron en la realidad de este mundo George Sand y Alfred de Musset, así como también los que quedaron inmortalizados en la ficción (los de Romeo y Julieta, por ejemplo), han pasado a formar parte de la memoria de una humanidad que de vez en cuando los revisa con la mirada de quien descubre en ellos una rareza. Sin embargo, el actor y realizador italiano Michele Placido (Ascoli Satriano, Foggia, 1946) demuestra con su filme Un viaje llamado amor (Un viaggio chiamato amore, 2002) que por allí anda suelto ese sentimiento, a través del cual el arte no sólo puede arrancarle lágrimas a la gente, sino, además, trazar con precisión las líneas que terminarán en el nítido dibujo de las sociedades de cualquier época, e incluso, elaborar la descripción analítica de quienes son parte de ellas. A eso último apunta el filme de Placido: a revelar los intríngulis más profundos de la frenética relación amorosa, de apenas dos años de duración, que vivieron, luego de la primera posguerra mundial, la escritora Sibilla Aleramo (pseudónimo de Rita Faccio) y el poeta Dino Campana. Un corto itinerario La película está basada en la correspondencia con la que ambos autores iniciaron una relación que trascendió de la mutua admiración a las pasiones incontrolables y, finalmente, al más destructivo desquiciamiento. Su guión, escrito por Diego Ribon, Heidrun Schleef y Placido, también se apoya en las revelaciones que Aleramo hizo públicas en su autobiografía Una mujer (editorial Circe, 1990). En ese libro, la autora describe una vida, la suya, marcada por la violencia: el excesivo amor hacia su autoritario padre, el rechazo hacia su madre, el intento de suicidio de ésta, la violación de la que fue objeto, siendo una adolescente, por uno de los empleados de la salina propiedad de su progenitor, y las palizas que le propinaba el hombre por el que abandonó a su esposo y por el que fue separada de su hijo... el poeta Campana. Tales circunstancias de vida modelaron en Aleramo una personalidad fuerte y lo suficientemente independiente como para que nadie ni nada volvieran a lastimarla. Él, el hombre que se apoderó de la razón y del corazón de la escritora, fue rechazado por los poetas de su generación, a quienes calificaba como “la cloaca de la literatura italiana”. Dino Campana (1885-1932) manifestó los primeros síntomas de esquizofrenia a la edad de 15 años, cuando actuó ante su familia, en especial frente a su madre, con una impulsividad brutal y morbosa. Su estado mental lo mantuvo relegado, fuera de los círculos literarios de su época. Sin embargo, fue en la poesía donde su sensibilidad y su inteligencia se hicieron penetrantes, anárquicas y hasta destructivas. Uno de sus poemas reza: “Abrazada yo la había/ jadeante por ciegas ebriedades/ sobre el limitar ciego tanteaba/ y acelerados golpes repetía/ sobre la puerta de eternas dulzuras:/ de repente sobre mi espalda/ se levantó y recayó martilleando sordo/ y rítmico su pie. Fue el recuerdo/ del instante fugitivo, en la riada/ fantástica, llamada de la muerte./ Ardiendo entonces desesperadamente/ redoblé mis fuerzas hacia aquel llamamiento/ fatídico y jadeante la demora/ crucé de la nada y de la ebriedad, orgulloso/ penetré, en el fervor alta la frente/ empuñando la garganta de la mujer/ triunfante en el místico castillo/ en mi patria antigua en la gran nada”. Estas dos personalidades conforman el nudo dramático de la obra de Placido, quien, más que hacer una biografía, describe, con el mismo ritmo trepidante con que los acontecimientos se suscitan, la historia de un amor marcado por la desesperanza, la transgresión, la inconformidad, la entrega absoluta... tal como era de esperarse en un mundo que acababa de dejar atrás el horror de la Primera Guerra Mundial.